Por Lic. Graciela Inés Gallo/ Publicado en Entorno Turístico – México
En el diseño e impulso de proyectos turísticos de base asociativa, es necesario entender a la competitividad desde el concepto de “coopetencia” (Brandenburger y Nalebuff, 1996) que plantea la necesidad de cooperar sin dejar de competir. Desde esta visión, los proyectos turísticos que impulsamos en territorio poseen grandes valores sociales y culturales comunes, pero también la impronta propia de cada oferta en particular. Esta dinámica colaborativa que no siempre es fácil de sostener en los proyectos grupales, hace a la diferencia y al atractivo de cada propuesta.
El entendimiento de esta modalidad de trabajo y su aplicación a la oferta turística de los territorios asegura una mayor satisfacción para los turistas y para los locales. Ambas partes se ven beneficiadas y satisfechas al cumplir sus objetivos: los turistas encuentran experiencias memorables (y recomendables a otros) y las familias emprendedoras en las comunidades, los ingresos económicos necesarios para su subsistencia y para dar continuidad a los proyectos propuestos.
En los espacios de construcción colectiva, los problemas que parecían gigantes de manera individual se consideran con mejores ojos (y perspectivas) al comprender que algunas problemáticas son comunes y/o similares a las de otros integrantes del grupo. De esta manera, un problema común a varios actores, encuentra también solución comunitaria.
Los procesos organizativos cumplen un rol fundamental para mejorar las condiciones de acceso a los insumos y servicios, a la asistencia técnica, a capacitaciones, a líneas de financiamiento y al intercambio de información. El asociativismo facilita la integración e inclusión de los prestadores en las cadenas de valor, promoviendo la vinculación con otros y con los consumidores.
Las dinámicas internas de los grupos asociativos son cambiantes y el rol del facilitador es clave como mediador y como canalizador de las situaciones que puedan surgir. En este sentido, es importante reconocer los aspectos a considerar, el marco del funcionamiento de los grupos emprendores, sus alcances y limitaciones.
La tarea de los facilitadores se convierte así en un trabajo artesanal en el que vamos construyendo y poniendo a prueba herramientas, acciones y estrategias, sin recetas pre establecidas y desanimando aquellos modelos que pretenden ser replicables a cada región, sin considerar las particularidades del territorio. No es pertinente, a nuestro entender, realizar “conciertos” idénticos en cada escenario, que arrojan dudosos resultados y que no generan la apropiación de las propuestas, causando desmotivación, frustración y fracaso.
El desafío de mirar y articular las relaciones humanas implica paciencia, empatía, motivación y autodescubrimiento. Estar atentos a las variables y a las dinámicas internas de cada grupo emprendedor es clave para el éxito de los proyectos de gestión participativa.
En este sentido, la educación superior tiene grandes aportes para hacer desde la formación de profesionales sensibles, comprometidos con el medio y atentos a las dinámicas relacionales de los grupos humanos. Es nuestro compromiso como referentes y educadores, egresar personas que comprendan efectivamente la vinculación de la teoría con la práctica, con grandes capacidades actitudinales y éticas para el desarrollo turístico.