Por Lic. Graciela Inés Gallo/ Publicado en Entorno Turístico – México
La comercialización de los productos artesanales varía según el nivel de aislamiento, las redes de vinculaciones a las que acceden los artesanos, la participación de ONGs e instituciones promotoras de estas labores, y la posibilidad de acceder a ferias y mercados regionales. La actividad turística ofrece, al igual que sucede con las producciones del agro, oportunidades de comercialización directa, evitando intermediarios y generando mejores ganancias.
Paralelamente, y en vinculación con lo que hace varios años se conoce como «Economía de la Experiencia» (Pine y Gilmore, 1999) pero que en nuestro país ha entrado en auge en 2017 con mayor fuerza en el mercado turístico, los artesanos tienen la posibilidad de hacer de sus saberes actividades que impriman vivencias. A modo de talleres, clases demostrativas y participativas, el desafío está en «hacer algo diferente» que es bien valorado por los visitantes. Esas experiencias que no se encuentran en los lugares de origen de los turistas y que se relacionan directamente con la propuesta cultural y auténtica que ofrece la comunidad receptora. No sería lo mismo aprender a hilar en una oficina en una gran ciudad, que hacerlo en un salón de una población entre montañas, o en el patio de la casa de la señora que hace el tejido a telar.
Estos rasgos distintivos pueden (y deben) ser bien aprovechados por los oferentes para generar productos artesanales con características identitarias y para poder trasmitir en el hacer aquellos valores y cosmovisiones propios. Está en nuestro rol como profesionales y facilitadores de proyectos no quedarnos solamente con el discurso, con los conocimientos vertidos y con el planteo de las posibilidades, sino acompañar el proceso “haciendo” y definiendo estrategias a la medida de cada uno de los posibles oferentes. Este acompañamiento y un diseño que contemple las motivaciones personales de los lugareños, en un contexto de trabajo asociativo, son clave para el éxito y la continuidad.
Para Kerr (1990) hay que pensar en el fomento de las artesanías como un elemento más de las actividades generales de desarrollo de la región de que se trate, y no como panacea para la economía que proporcione enseguida nuevas posibilidades de trabajo e ingresos. No obstante, considerada como simple componente de un programa general de desarrollo, la artesanía puede contribuir eficazmente a activar una economía local basada en sólidos principios ambientales y sociales.
En este sentido, Benítez Aranda (2009) considera que la artesanía latinoamericana, y caribeña, muchas veces preferida o reconocida sólo en calidad de “souvenir” vinculado a la tradición y el folklore, puede ser vista desde una nueva perspectiva como una riqueza regional desarrollada por un valioso potencial humano que forma parte del patrimonio intangible del área y que es depositario de conocimientos ancestrales provenientes de las diferentes culturas y raíces étnicas que conforman las diversas naciones y nacionalidades de la región. Potencial este que, integrado a una nueva proyección, puede favorecer el desarrollo económico, social y cultural, afianzando el sentido de pertenencia de los hombres a su comunidad y contribuyendo al desarrollo de los individuos y las colectividades desde una actividad que a la vez genera riqueza material y espiritual.
Artesanías Mapuches, Lago Rosario, Chubut.
Para referir al Patrimonio Cultural Inmaterial y a los beneficios intangibles, la UNESCO (Convención para la Salvaguardia del PCI – París, 2003) refiere a “los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural”.
Esto es: tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma; artes del espectáculo; usos sociales, rituales y actos festivos; conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo; y técnicas artesanales tradicionales.
Es necesario entender al ser humano en su contexto, con sus conocimientos y cultura, con una realidad no siempre elegida sino heredada, y poner esto por delante de cualquier iniciativa. Es fácil arrojar conceptos sobre “lo que se debería hacer” o “lo que Usted debería ser”, la complejidad se encuentra en los procesos para lograrlo.
Esta complejidad incluye dificultades a la hora de comercializar los productos, pero más aún al momento de establecer un precio justo. Los artesanos que en sus momentos cotidianos realizan piezas de gran valor comercial, tienen serias dificultades para establecer cuánto debería cobrar por su trabajo. Esto se debe a que la instancia de “creación” se amalgama con actividades diarias en las que tejer, moldear, diseñar, son parte de una rutina y de una tradición que generalmente se replica en honor a los ancestros.
La falta de determinación comercial expone a los artesanos residentes en comunidades aisladas de nuestro país a intercambios irrisorios motivados por personas de las ciudades que conocen el valor de “vidriera” y ven, en esta situación, negocios cuya ética es cuestionable.
A modo de ejemplo, una manta tejida a telar que a una señora en la zona desértica de Santiago del Estero le puede llevar hasta seis meses de trabajo, considerando la obtención de la lana de sus ovejas, el hilado en uso, el teñido con tintes naturales y el tejido, se vendía en 2015 a los compradores “al paso” en un valor de 450 pesos argentinos.
La misma manta, en Calle Florida, en la Ciudad de Buenos Aires, se ofrecía al público por 2800 pesos argentinos. Esta situación se repite con frecuencia en distintas regiones de nuestro país y es por ello que valoramos especialmente la organización social de los emprendedores artesanales, la generación de mercados comunes, la participación en ferias locales y regionales, y la capacitación específica sobre cómo definir los valores de estas producciones.
El turismo de base comunitaria ofrece la oportunidad para la comercialización sin intermediarios, esto hace necesario generar espacios de encuentro entre las partes. Acercar visitantes con artesanos locales y promover el compre local con criterios de Comercio Justo, es también una forma simple y a la mano de todos para promover el desarrollo sustentable.
Bibliografía ampliatoria
BENÍTEZ ARANDA, S. (2009) La Artesanía Latinoamericana como factor de desarrollo económico, social y cultural: a la luz de los nuevos conceptos de cultura y desarrollo. Revista C&D Cultura y Desarrollo.
KERR, K. 1990. Crafts development potential in the outer islands and forestry regions of Indonesia. Informe sobre un trabajo para el Proyecto de Estudios Forestales UTF/INS/ 65. (Inédito). Documentos de la FAO. Consultado: enero 2018.
PINE, J. y GILMORE, J. (1999) La economía de la experiencia (The Experience Economy), Harvard Business School Press, Boston.
UNESCO (2003) Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial. París. Disponible on line.